jueves, 20 de mayo de 2010

El gato

Ella lo miraba. De a poco se iba acercando. Su corazón latía cada vez más fuerte. El chirrido del pájaro se alejaba y se volvía lánguido hasta desaparecer. El baile de las hojas que hace rato habían captado su atención ya no le importaba. A pesar de los nervios que sentía en esa tarde de marrones otoñales, la inspiración que esos ojos le provocaban penetraba sus poros, primero lo abrazaba y luego, insolente, esa inspiración lo iba consumiendo.

Permaneció inmóvil frente al animal. Por primera vez en su vida comprendía que no existían las casualidades. El universo entero estaba encausado a seguir avanzando. Ella era parte de ese universo natural por momentos caótico y por otros lineal, había sido parte desde un principio y seguiría siendo parte para siempre. Se sintió plena: con una liviandad divina. Ella era parte del todo y el todo era parte de ella. Es que en esos ojos grises había percibido un alma.

De pronto ocurrió lo inesperado: el gato se acercó con movimientos magistrales, su cuerpito fibroso se desplazaba con fineza y, despacio pero seguro, acortaba los pocos metros que los separaban. Se sentó frente a ella que estaba en cunclillas. Le clavó muy hondo su mirada de paz y la lamió.
No hacían falta reinterpretaciones de este hecho: ella supo instantáneamente que el gato de esta manera le confirmaba que estaba en lo cierto.

Proserpina.

2 comentarios:

La lectorcita dijo...

Un poco vacío, muchos adjetivos no hacen de una narración algo bueno sí o sí.
Resulta un poco falto de contenido y consistencia, hay recursos mas precisos que sirven y enriquecen a un texto, así también cómo la manera en la cúal se cuenta o se quiere contar algo.

Anónimo dijo...

idem...vacío.