miércoles, 16 de junio de 2010

Fué

Llegamos tarde, esta vez mucho mas tarde que la anterior. Silvina, sentada en la segunda fila, giró el cuello cuando escuchó el rechinar del portón de entrada. Me miró con una mezcla de alegría y enojo, supongo que estaba esperando que llegue pero no le gustaba que llegara siempre tarde y menos en compañía de Bernardo. Nos sentamos al fondo y las cabezas giraron nuevamente hacía el líder, ya todos sabían que éramos nosotros, los incrédulos zaparrastrosos.

El conserje empezó la charla, duramos lo que canta un gallo y nos fuimos como entramos, teníamos la obligación de ir pero no de quedarnos, así lo vimos siempre. Nuestros socios se esfumaron de la entrada, no dejaron pista alguna. Al salir, la noche estaba templada y los bares llenos de gente, yo sabía que Silvina vendría, pero estando en el primer banco esperaría hasta el segundo relato para salirse. Me quedé sólo por unos quince minutos. Estuve tratando de armar el rompecabezas pero me era imposible, Silvina era de suma importancia y yo la esperaría, debíamos resolver el misterio de la calle 13.

Salió, corrimos río arriba con gran entusiasmo, llegamos al bar y no había nadie. Ella me miró y no supe que contestarle. Estaba vacío. De todas formas nos metimos y sin más bebimos whisky, el mejor, no había nadie.

El cantinero llegó por la puerta trasera, ensangrentado. Tiré mi vaso por la ventana, Silvina hizo lo mismo, el monstruoso hombre cayó adelante nuestro, pesadamente. El estruendo se escuchó tan fuerte que hizo un eco tenebroso. Al rato llegó Bernardo, también estaba ensangrentado pero no cayó, la abrazó a Silvina y nos fuimos al río y nos mostró. Toda la gente que conocíamos estaba allí, cadáveres flotando, enrojeciendo el río.

-Esto se puso mucho peor de lo que pensaba, dijo Bernardo.

-Nos tenemos que ir, gritó Silvina.

A lo lejos, una bola de fuego cayó del cielo, todos la vimos y nuestras siluetas se dibujaron en el horizonte. Cuando giré para comentar lo sucedido, como lo hacía con todo lo que veía, noté que mis compañeros estaban ensangrentados y cayendo al río, como atraídos por un imán.

No queda una sola persona en este pueblo y eso me tranquiliza.

jueves, 10 de junio de 2010

Sigo esperando


La habitación estaba plagada de insectos. Dos horas aquí dentro eran demasiado para cualquiera. Nos empezamos a mirar cuando las cucarachas hicieron su entrada. Marcos tosía angustiado, varias veces me hizo señas, pero yo lo ignoraba. No quería que su absurda debilidad nos privara de semejante presencia.

Carlos, el dueño de casa, nos alentaba a seguir bebiendo, los tres estábamos borrachos y sabíamos que la estudiante vendría. Hacía años que queríamos conocerla y ese momento estaba por llegar. Marcos dejó de patearme y por fin habló.

-Esta misma noche de gélido frío, aquí reunidos tomando vino, conoceremos la leyenda.

Carlos, absorto, tomó un papel y empezó a anotar las preguntas que le haríamos. Yo solo tenía un interrogante, era de suma importancia y marcaría el resto de mi vida, o eso pensé siempre, pero no se la adelantaría a estos imberbes.

El rostro de Carlos demostraba una ansiedad plena, eso me puso feliz, me sentí identificado con su expectativa. El tiempo dejó de tener sentido, los repugnantes bichos nos asediaban y Carlos seguía abriendo botellas. Mi nula experiencia me decía que no vendría.

El reloj se movió con esfuerzo, las campanadas nos delataron, ella nunca se percató de nuestra larga espera. Carlos nos echó ofuscado. Marcos seguía tosiendo angustiado.

martes, 1 de junio de 2010