jueves, 13 de mayo de 2010

Estan Bull

Su padre entraba en el cuarto día de cautiverio y no queríamos ni pensar en las torturas a las cuales lo estarían sometiendo. Los malhechores no hicieron contacto alguno con la familia. Hasta el momento no había pedido de rescate ni prueba de vida fehaciente. Estábamos en Estambul, solos y sin pista alguna, el panorama no era positivo.
Tercer día en la ciudad, 7 am, suena el teléfono. Salto de la cama y respondo ansioso. Cintia yacía desmallada a mi lado, la mezcla de whisky y pastillas de la noche anterior la dejaría knok out por el resto de la mañana.

Al otro lado de la línea hubo una voz ronca y fría, frívola.
- Alex? Soy yo, respondí.
- 10.15 estación central, llevo puesto un sobretodo gris.

Eso fue lo único que me dijo pero era algo. Después de tres extenuantes jornadas mis averiguaciones habían dado sus frutos.

Desperté como pude el cuerpo inerte de mi compañera y cruzamos toda la ciudad.

Llegamos con tiempo a la estación, reconocer a nuestro informante en medio de la multitud resultó más complicado de lo que imaginamos, me prendí un cigarrillo y observé paciente hasta dar con el indicado. Cintia no participaba de la búsqueda, ella quería salir corriendo de ahí, la adrenalina del peligro inminente la cegaba y no podía razonar.

En un micro instante efímero sentí que alguien me tocaba la cintura. No registré a nadie pero un papel había ingresado misteriosamente en mi bolsillo. Sólo contenía una línea.
- Tomen el próximo tren a Praga.

Un fuerte olor a comida invadía la totalidad del vagón, Cintia se tapó la nariz con su bufanda y caminaba con los ojos cerrados, como no queriendo observar los restos sobre los platos desparramados por la extensa barra de elegante mármol de carrara. Recién embarcábamos y ya nos queríamos bajar. Enfilamos temerosos para el fondo por el estrecho pasillo, se observaban camarotes abarrotados, iban apilados, hacinados como ganado.

Nos adentramos en el cubículo asignado, seis musulmanes ortodoxos enfadados nos increpaban con la mirada y hablaban tenazmente entre ellos. Nos acomodamos como pudimos, no habían pasado cinco minutos que Cintia dormía profundamente. Así fueron las siguientes 14 horas camino a la República Checa.

Desde ese día han pasado 7 semanas y del Dr. Hopkings ni noticias. Cintia ya hizo amistades. Vivimos en un discreto apartamento del centro y la ausencia de su padre parece no molestarle. De hecho luce feliz. Subió de peso y está más saludable que nunca. Yo continúo, en vano, con mis averiguaciones, sin embargo creo que el Dr. pasó a mejor vida hace un tiempo. No voy a negar que sería lo mejor para todos. En Praga estamos cómodos.

Nunca imaginé que en una stazione di treno turca un simple papelillo nos cambiaría la vida tan repentinamente.

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