10 de la mañana, terminó la sesión. Salí de terapia más trastornado que nunca, cada martes empeoraba, mi neurosis se agudizaba paulatinamente. Av. Las Heras, caos. Creí que el psicoanálisis me relajaría pero por el contrario me insertaba en una oscura nube sin salida. Mis fobias progresaban, los autos, la gente, no podía soportarlo. Me tomé un taxi a casa y dormí todo la tarde. Así quedaba después de hablar de mi mismo por 45 minutos, fulminado. Esta si fue la última vez, pensé.
Por la noche, ya más tranquilo me fui al bar de siempre. Pedí un whisky y dos traviatas. Casi no comía y el desorden me abrumaba. Carlos me conocía más que nadie. Suena un poco triste que un servidor sea mi máximo confidente pero Carlos no era un mozo más. Según él había viajado por Europa y el medio Oriente, yo le creo. Sabía de todo un poco y me aconsejaba, cuando el bar cerraba nos quedábamos divagando hasta tarde. A esa altura era un amigo fiel, me convenció de que dejara al terapeuta, la única actividad que tenía.
-¿Si lo dejo que hago?
- No te preocupes, si tienes unos dólares me puedes acompañar a Colombia, parto a fin de mes. En el Caribe la gente no es como acá.
Me entusiasmé, los dólares me sobraban. Lo de Camila me retenía un poco pero no lo suficiente, además San Andrés me llenaba de intriga. Revolví el closet buscando camisas floreadas y encontré mi antigua cámara, fue una señal, volvería a la fotografía. Por un momento vislumbré un futuro prometedor.
Llegamos a Colombia, año ´87, caos.
Aterrizamos en Bogotá, la ciudad estaba sitiada por narcos y sicarios. Me sentí mucho peor que en Bs. As.. Volamos a San Andrés. Carlos conocía gente y en sólo dos días estábamos traficando cocaína al por mayor. Despegaban avionetas a cada hora y nosotros las coordinábamos.
En un mes había perdido 9 kilos y mi adicción al polvo blanco se volvió incontrolable. Sin dinero y colapsado emocionalmente extrañaba mi terapia más que nunca. Mi ocaso fue colombiano, pero no me arrepiento, no podía saberlo antes de viajar.