miércoles, 18 de marzo de 2009

Linterna

02:36 am

Vagabundeamos por los aires cerca de los 10 mil pies entre grises nubes y celajes que aún me son desconocidos. Hay poca turbulencia y los pasillos están oscuros, nadie genera, por suerte, un sonido en todo el avión. Apenas despegamos levanté carpa para mudarme al fondo, quería retomar el libro de Cortázar y no joder con la luz. Ya pasó en otros viajes que distintos compadres de ruta se me hayan irritado por el viejo hábito de leer en las alturas. Una pena.

Desde la cola observo tranquilo el largo del avión. No sucede demasiado. Los demás pasajeros se encuentran inconscientes y algunos para peor, empiezan a roncar. Según los pronósticos debemos estar llegando. Maldita sea. Ya vienen los típicos procedimientos de aterrizaje, el incomodo asiento en recto y el cinturón forzado al cuerpo. Venía pasándola bien aunque confieso que va a ser alucinante observar -cuando el resto despierte- tantas caras de confusión, los amaneceres por doquier. Tengo una víctima fantástica para la ocasión: la morocha de enfrente usa antifaz y babea los asientos.

Sin saberlo me distraigo. Aparecen imágenes en mi de otro vuelo. Veníamos atravesando una tormenta eléctrica y de una fuerte vibración, todo el fósforo se empapó y nos arrojó rumbo al mar. Fueron pocos segundos de una solemne eternidad. Recuerdo como ingresaban fuertes luces rojas por las ventanas -que aún me son inexplicables- y a la idiota de la azafata que voceaba vía parlantes “¡no vamos a lograrlo”; se olía la adrenalina pero al final mandó el silencio.

-¿Por qué me dejo llevar?- Vuelvo. El paisaje por fuera es imponente, es inédito que desde arriba pueda contemplar la luna por debajo. Veo su reflejo en lagunas, calzadas e inclusive en lo que parecen ser antiguas vías de tren, que alumbran las mestizas tierras de los alrededores; todo un espectáculo en escala de grises. Percibo los horizontes, me olvido del tiempo, vuelvo, y me nace una nueva intriga: ¿qué fuese de nosotros, del puto avión, si empujo esta pequeña grieta de la ventana?—Demonios ¿qué hago? tengo que olvidar...

1 comentario:

Blus dijo...

Nunca dejo de sorprenderme cuando viajo en avión, mi mente vuela todo el tiempo (valga la redundancia), es algo que me encanta.

Ver las ciudades desde cientos de metros de altura como si fueran maquetas, el saber que estás ahí arriba en un aparato demasiado "vulnerable" en comparación con las fuerzas de la naturaleza que lo azotan, en fin...

Muy bueno el blog y gracias por visitar el mío, saludos!! :)