Sindical

Oscar tenía frío, mucho frío, su mujer lo arropaba constantemente pero el frío era cada vez mayor. Una persona exrtraña los miraba al otro lado de la sala, Marta miró su reloj y comprovó que hacía más de dos horas que aguardaban para ser atendidos, mientras su marido temblaba de frío.

Era el único hombre a la vista, estaban rodeados de señoras mayores y enfermeras, alguna médica pasó por allí también en ese momento. Oscar entrecerraba los ojos y luego confesaría que pensó en el fin de los tiempos. Estaba delirando, o tal vez no.

En la comida anual del sindicato contó su experiencia con lujo de detalles, estaba extasiado con la historia. Yo creo que exageraba pero por momentos parecía creíble, sobre todo cuando se le llenaron los ojos de lágrimas.

Según las médicas, contaba Oscar, su corazón dejó de latir por más de un minuto, en ese lapsus el viejo caudillo sindical ingresó al polo sur y bailó con los pinguinos, todo muy surrealista. En el mismo ámbito se escuchó a si mismo hablando con su padre, fallecido hace décadas y éste le aconsejaba tomandolo de las manos. Nos sobresaltamos cuando nombró a su padre, según sabemos la infancia de Oscar fue violenta hasta que su progenitor fue asesinado en manos de su propia madre.

El ascensor estaba vetado de su vida, allí fué el asesinato, Oscar les tenía pavor, llegó a subir 18 pisos por la escalera la semana pasada, en la reunión interestatal. Ahora que lo pienso esto debe haber tenido algo que ver con su viaje a la ultratumba.

Entre una multitud que lo aplaudía de pie, Oscar se retiró temprano de la velada. No entendì los aplausos pero son demasiadas las cosas que no entiendo por estos días así que ya no me sorprende. Después de media hora arriba del lujoso auto conducido por su chauffeur, ingresó al palier del edificio y dos hombres armados lo esperaron pacientemente. Al final de cuentas el lugar más inseguro terminó siendo su propia casa.