Reencontrarse con la vía pública no era una experiencia menor para alguien que no había salido en varios días. Los automóviles y colectivos provocaban un sonido ensordecedor, o eso sentía Jackson. Nunca se percató de que era viernes santo y el flujo por la Av. San Juan era significativamente menor al cotidiano. Lentamente comenzó a desplazarse unas cuantas cuadras y repentinamente un mareo invadía todo su ser. El cielo se puso naranja, esto hizo que se modificara por completo su perspectiva del aquí y ahora. No supo donde estaba, no se hallaba en la maraña colectiva. Sólo divisaba formas desconocidas, todas ellas de un intenso fucsia. Lo que suponían ser personas le hablaban pero Jackson no entendía.
Lo encontré sentado sujetando sus rodillas con los brazos, agazapado, con los ojos desorbitados. Se apoyaba levemente sobre un árbol callejero, con un movimiento oscilante que perturbaba al más equilibrado. Sin embargo su armonía era conmovedora y me pareció que sólo yo la percibía.
Estaba a punto de saludarlo y socorrerlo pero me detuve ante una numerosa familia que pasaba por el lugar. Jackson pidió, casi susurrando, si alguno podía darle un caramelo. Ante la pasividad de la familia en tránsito, el último niño del convoy le arrojó, con inusitada violencia, un sugus azul. El pequeño dulce fue directo hacia su frente y lo que yo pensé iba a desatar un problema fue todo lo contrario. Súbitamente volvió en sí y me miró directo a los ojos, yo me hice unos pasos hacia atrás y se levantó para abrazarme. Dónde estoy? Me preguntó confundido. No supe que contestarle y se refirió al clima. -Ya es de noche y no hay nadie en la calle. Qué Pasó? Tampoco supe que contestarle y me siguió hablando pausadamente.
Según se sabe el barrio de constitución se vuelve peligroso cuando cae el sol y yo no me sentía nada tranquilo en esa desertica esquina.
Lo tengo que ver a Demian, cuanto antes, me debe estar buscando. No supe de quien hablaba pero sonaba más que sospechoso. Al rato salimos a la deriva y la caminata se prolongó por más de una hora. Buenos Aires se respira diferente sin gente. Cuando caminamos por la calles de noche parece que la ciudad es nuestra y si se aprovecha la situación se pueden hacer unas cuantas cosas prohibidas.
Caminamos hasta la Boca y nos adentramos en un conventillo siniestro, repleto de gente, no entendía que estaban haciendo, unos de pie, otros sentados en unos sillones deshilachados y los restantes conversando en lo que parecería ser una cocina. Jackson saludó a unos cuantos personajes singulares y subimos a la planta alta. El se movía hábilmente en este ámbito particular, caminaba como de lado a lado y la gente lo respetaba, se notaba que más de uno le tenía una pisca de cariño.
Arriba las cosas eran totalmente distintas, dos grandes guardias de seguridad demandaron credenciales indispensables para ingresar, Soy Jackson dijo mi compadre, al instante nos abrieron las puertas de par en par y por fin lo vimos a él.
Demian estaba sentado en un elegante despacho, parecía más un lujoso bufet de abogados que lo que realmente era, cosa que a esta altura yo no sabía y no me atrevía a preguntar. Demian sin más preámbulos sacó su magnum 57 y se la acerco sutilmente a la cien de mi colega. -Si no me traes lo que me prometiste no duras dos días en la calle, me entendes?
-No te preocupes, acá está todo dijo velozmente Demian. En un movimiento sacó de sus bolsillos dos cartuchos de dinamita, el matón se quedó estupefacto al comprobar que ya estaban encendidos y en ese mismo instante de un solo salto Jackson saltó sobre mi persona tirándome con toda su fuerza hacia la ventana, saltamos a una camioneta repleta de estiércol y salimos de ahí caminando, ilesos como dos tortugas de galápagos. Al rato logré llegar a casa, había sido la jornada más increíble de todo el año que comenzaba, mañana iría a lo de Jackson sin dudarlo.
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