Hacía ya muchos años que no nos veíamos pero básicamente era como si nos hubiésemos visto ayer mismo. El venía con su sobretodo gris y su bufanda roja, muy campante como siempre, con ese aire despreocupado. Lo veía acercarse y pensaba en cómo lo saludaría, no supe si ya me había divisado. Tenía unos anteojos grandes y ridículos pero los llevaba bien, siempre le envidié la poca importancia que le daba al qué dirán, le tenían sin cuidado los crueles comentarios que es capaz de hacer la gente que conocíamos.
En cambio yo siempre estuve pendiente de todo, de estar a la altura y de no desentonar. Por esos años frecuentábamos las mismas reuniones y teníamos muchos amigos en común, todo eso se fue disipando de a poco hasta que pasó lo irremediable. No lo había vuelto a cruzar, de todas maneras no nos hubiésemos puesto de acuerdo con la herida aún abierta.
Cuando nuestros caminos estaban a punto de cruzarse, él sacó su cámara fotográfica y confusamente empezó a disparar hacía el cielo, yo continué con mi flojo andar, noté que también tenía auriculares y eso lo insertaba en una burbuja impenetrable. Lo que no supe a esa altura fue si esa actitud era genuina o si estaba armada.
Es extraño lo que sentí, por un lado no me atrevía a saludarlo pero teniendo en cuenta que nos encontrábamos después de tantos años no me pude resistir y le pegué la clásica palmada que siempre le daba en la espalda. El pequeño golpe que le propicié pareció más fuerte de lo que yo supuse, trastabilló y casi pierde el control de la moderna Nikon que portaba.
Se sorprendió y me estiró fríamente la mano, había dejado en otro lugar de la historia su clásico buen humor. Hablamos de banalidades y no pudo evitar preguntarme por Enriqueta. Le dije que ya no estaba con ella, que se había ido hace tiempo y no encontraba el motivo concreto de su imprevista huida. No le di demasiados detalles pero una leve sonrisa se dibujó en su rostro, no me molesté por aquello, era entendible que se alegrara de nuestra separación. Sin embargo yo sabía perfectamente porque se había alejado, esas extensas discusiones sin sentido no podían repetirse.
Una joven dama paseaba con su madre y nos preguntó una dirección alejada, Julio aprovechó mi explicación para marcharse discretamente. Él salió mejor parado de nuestro pacífico combate, esa era una ventaja difícil de empardar.
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