Llegamos tarde, esta vez mucho mas tarde que la anterior. Silvina, sentada en la segunda fila, giró el cuello cuando escuchó el rechinar del portón de entrada. Me miró con una mezcla de alegría y enojo, supongo que estaba esperando que llegue pero no le gustaba que llegara siempre tarde y menos en compañía de Bernardo. Nos sentamos al fondo y las cabezas giraron nuevamente hacía el líder, ya todos sabían que éramos nosotros, los incrédulos zaparrastrosos.
El conserje empezó la charla, duramos lo que canta un gallo y nos fuimos como entramos, teníamos la obligación de ir pero no de quedarnos, así lo vimos siempre. Nuestros socios se esfumaron de la entrada, no dejaron pista alguna. Al salir, la noche estaba templada y los bares llenos de gente, yo sabía que Silvina vendría, pero estando en el primer banco esperaría hasta el segundo relato para salirse. Me quedé sólo por unos quince minutos. Estuve tratando de armar el rompecabezas pero me era imposible, Silvina era de suma importancia y yo la esperaría, debíamos resolver el misterio de la calle 13.
Salió, corrimos río arriba con gran entusiasmo, llegamos al bar y no había nadie. Ella me miró y no supe que contestarle. Estaba vacío. De todas formas nos metimos y sin más bebimos whisky, el mejor, no había nadie.
El cantinero llegó por la puerta trasera, ensangrentado. Tiré mi vaso por la ventana, Silvina hizo lo mismo, el monstruoso hombre cayó adelante nuestro, pesadamente. El estruendo se escuchó tan fuerte que hizo un eco tenebroso. Al rato llegó Bernardo, también estaba ensangrentado pero no cayó, la abrazó a Silvina y nos fuimos al río y nos mostró. Toda la gente que conocíamos estaba allí, cadáveres flotando, enrojeciendo el río.
-Esto se puso mucho peor de lo que pensaba, dijo Bernardo.
-Nos tenemos que ir, gritó Silvina.
A lo lejos, una bola de fuego cayó del cielo, todos la vimos y nuestras siluetas se dibujaron en el horizonte. Cuando giré para comentar lo sucedido, como lo hacía con todo lo que veía, noté que mis compañeros estaban ensangrentados y cayendo al río, como atraídos por un imán.
No queda una sola persona en este pueblo y eso me tranquiliza.